El poder de la palabra es uno de los
dones con que ha sido dotado el hombre, y como todos los dones-tales como el
don de pensar y el don de sentir-constituye un poder que el hombre debe
utilizar para el bien.
Ya sabemos que los pensamientos y los sentimientos tienen gran fuerza, y sabemos también que los hombres pueden con esa fuerza, hacer bien si la utilizan en sentido positivo o hacer mal si la utilizan en sentido negativo.
La palabra expresa nuestros
pensamientos y sentimientos, dándoles forma y acción, de modo que en la palabra
está unido el poder del pensamiento y del sentimiento con la fuerza de la
propia voluntad, que utiliza esos poderes con un fin determinado.
Por lo tanto, la palabra constituye un
conjunto de vibraciones que tiene, por Ley de Afinidad, intensa acción en las
mentes y en las almas de quienes la escuchan. Además actúa sobre la voluntad de
quienes reciben esas vibraciones, pudiendo en muchos casos llegar a dominarla,
si quien habla lo hace con esa finalidad.
Si empleamos amorosamente el poder maravilloso de la palabra, podemos transmitir, mediante ella, a las mentes y almas de quienes escuchan, las vibraciones de bien que las palabras llevarán como “contenido espiritual”.
Si por el contrario, pretendiendo ignorar
la gran responsabilidad que significa poseer el poder de la palabra, la
utilizamos con fines egoístas y ambiciosos, con rencor, con desamor, ese poder
maravilloso se transformará en una poderosa arma al servicio del mal.
Cuidemos, entonces nuestra palabra en todo momento; procuremos que jamás perjudique ni cause dolor a los demás, sino que por el contrario, sea siempre expresión de nuestros sentimientos de bien.
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